Cuenta Bill Bryson en su más que recomendable libro "Una breve historia de casi todo" multitud de anécdotas relacionadas con la Ciencia y los científicos. Quizá una de las historias más divertidas que recoge -y son muchas-, es la que protagonizaron dos de los padres de la paleontología: Edward Cope y Othniel Marsh. Bryson los define como impulsivos, egoístas, pendencieros, envidiosos, desconfiados y siempre desdichados. ¿Adivinan de qué voy a escribir? De los dinosaurios. Con los años, aquellos amigos del alma se convirtieron en enemigos irreconciliables. Se robaron mutuamente huesos, descubrimientos, portadas en la prensa. Tal era su pasión en el trabajo que el número de especies conocidas de dinosaurios halladas en Estados Unidos pasó de nueve a casi ciento cincuenta, aunque debido a su ambición e insensatez una de ellas fue descubierta veintidós veces nada menos. A tal punto llegó el ridículo que, en ocasiones, los excavadores de uno y otro equipo terminaban tirándose piedras, no pequeñas precisamente. Esto lo cuento porque acabo de leer una noticia pareja, tanto o más elocuente. Una de las entidades de recaudación de derechos de autor -la llamada de los "actores" o AISGE- ha presentado una denuncia contra la AIE. La batuta de esta "Asociación de Intérpretes y Ejecutantes" -o ejecutores, no lo tengo claro- la lleva el conocido pollo Luis Cobos, el mismo que tilda de pirata a Telefónica, no por quedarse con las monedas de las cabinas, sino por potenciar la tarifa plana en internet. Todo por la disputa de la nada despreciable cifra de 60 millones de euros. Y esto justo después de que todos ellos han compartido amistosamente un animado simposio en Barcelona, tildado "para creadores", y que ha contado con el inestimable apoyo de doña Carmen Calvo. La ministra de Cultura les ha prometido el oro y el moro. El oro en forma de jugosas subvenciones, y el moro... al trullo, obviamente. Progresamos adecuadamente hacia la Edad de Piedra y los dinosaurios no se dan cuenta del meteorito digital que les viene encima. Allá se extingan todos. Mientras esto llega, la Calvo tirará el dinero argumentando que tanto o más importante que ayudar a los astilleros Izar son nuestros amados y nunca bien ponderados artistas. Su colega Bono ya ejerce de salvapatrias encargando a los primeros "buques de proyección estratégica", o cualquier otra chatarra carísima y totalmente prescindible. Bien podría también -por disimular, más que nada- la lumbrera cultureta encargar al susodicho Cobos un nuevo compás para el Himno de la Legión, a ver si logra que la cabra pierda el paso de una vez. Apuesto a que lo consigue.