Vaya título más triste, pensarán ustedes, aunque tiene su explicación como casi todo en la vida. Mi comentario de hoy viene provocado, más bien inspirado, por el hecho de que ahora las antaño veneradas enciclopedias casi se regalen. Literalmente, al menos en las primeras entregas. Conocerán como yo seguramente la campaña "dominguera" de los todopoderosos vecinos de "El País". No es que me moleste la iniciativa. Al contrario, la aplaudo, e incluso recomiendo promociones similares para esta misma empresa editorial. Es un signo más de que "los tiempos están cambiando", como canta el maestro Dylan. Antes, cuando niños, no faltaban en nuestras casas la manejable "Salvat", la prestigiosa "Larousse", incluso la mastodóntica "Espasa". ¿Quién compra ahora enciclopedias? Ni el gato. Seguramente Diderot y D'Alembert se agitarían en sus tumbas si lo supieran. Las causas son conocidas. No es la principal el evidente y progresivo embrutecimiento del personal -¿se imaginan una enciclopedia en la casa de "Gran Hermano"? ¿O en casa de J. J. Benítez? ¿Y que incluso llegaran a leerla? Pánico da sólo de pensarlo- sino, obviamente, y como razón más evidente, el avance imparable de Internet como indiscutible foro del saber humano. Con sólo teclear una palabra mágica -por ejemplo, "Google", sin ir más lejos- cualquier enciclopedia de papel se convierte en una simple libreta de notas a su lado. Están condenadas a desaparecer, a servir de adorno en las estanterías, a ser relegadas y regaladas como los suplementos de moda y gastronomía. Pero esto no nos entristece en absoluto. Ahora tenemos en nuestras manos mucha más información, más rápida y fácil de obtener, que lo que nunca habrían podido soñar los ilustres e ilustrados vecinos franceses. Seguro que una buena conexión ADSL devolvería la calma a su bien ganado descanso eterno. Incluso dormirían más a gusto si cabe. Que cabrá, que si ya han comenzado a poner web-cams en ataúdes... por un poco más instalamos todo, hasta WiFi.
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El Día de Tenerife, viernes 23 de Enero de 2004