“Llegaron a Madrid a última hora de la tarde y se dirigieron directamente a un pequeño hotel, la Venta Quemada. Dunphy se había hospedado allí dos o tres años antes con motivo de una visita para cerrar ciertos negocios con un apoderado taurino que resultó ser un sinvergüenza (...) El individuo que atendía la recepción alquilaba habitaciones sin inscribir a los huéspedes en el registro del hotel. Después de alquilar una, Clem y Dunphy salieron y cogieron un taxi para dirigirse a la Gran Vía. Allí, en uno de los grandes bulevares europeos venido a menos, limpiabotas ya maduros señalaban con gesto acusador los zapatos de Dunphy. Algunos niños gitanos se movían en círculos alrededor de ellos igual que coyotes. Clementine se aferraba al brazo derecho de Dunphy, como si el caos circundante pudiese separarlos...”
“A la mañana siguiente salieron en busca de librerías en las que vendiesen libros en inglés. Como aún faltaban un par de horas hasta la salida del avión, cogieron un taxi hasta la Puerta del Sol, donde encontraron cibercafé en el que se leía: ‘ 450-MHz PC e IMAC + LOS MEJORES CHURROS DE MADRID’. En la calle la temperatura era de apenas diez grados, pero en el interior se estaba bien, el aire impregnado de olor a aceite de freír churros. Dunphy pidió una ración para compartirla con Clementine (...) Un joven barbudo que se encontraba ante un monitor de veintiocho pulgadas se quedó mirando a Clementine con unos ojos que denotaban que estaba realmente hambriento...”
“Europa y África fueron haciéndose cada vez más pequeñas mientras el avión se adentraba en el Atlántico. Dunphy contemplaba por la ventanilla el mundo de color azul que había bajo sus pies, y se dijo que en él debía de haber muchos sitios donde perderse. Sitios como... Kabul. O Pyongyang. O Bagdad. El problema era que en lugares como Kabul escaseaban las cosas a las que Dunphy y Clem estaban acostumbrados. Cosas como... bueno, las propias del siglo XX: cacahuetes con miel, o simplemente agua corriente. De manera que mejor sería probar suerte en un lugar como Tenerife que, aunque remoto, en él se vendían cacahuetes con miel (...) Clem levantó la copa y bebió un sorbo, tras lo cual la dejó en la bandeja que tenía delante.
–No me has dicho por qué vamos a Tenerife.
–Allí vive un amigo mío.
–Nadie tiene amigos en Tenerife –señaló ella–. Está en mitad de la nada...”
Pues va a ser que no, jaja, que no es un viaje para una quedada canaria bloguera. Son sólo párrafos malévolamente entresacados del novelón titulado “El Último Merovingio”, de Jim Hougan,
el gran best-seller que nos traslada a la época de los templarios. No lo he podido resistir...